google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte: mayo 2015

lunes, 25 de mayo de 2015

24 DE MAYO. POR LOS CASTAÑARES DEL SUROESTE DE MADRID.

En la cabecera del Río Tiétar, lindando con la provincia de Ávila, se localizan importantes manchas de castaños acompañadas por robles melojos, fresnos y pinos resineros. Hoy vamos a caminar por algunas de ellas...




Son las 7,10 de la mañana. El día viene soleado y con nubes. En este valle la estabilidad en la atmósfera dura poco a lo largo del día... La ladera de la montaña está cubierta por pinos, fresnos y castaños en el piso inferior; castaños en la zona media; y robles, castaños y algunos pinos, en las zonas altas.




Las hojas nuevas de los castaños, de verdes claros y amarillos, producen un claroscuro que causa sensación. Es muy agradable andar por estos bosques durante las primeras horas de la mañana.




Un herrerillo común va registrando las ramas y las cortezas de los árboles. Busca pequeños insectos para alimentar a sus pequeños pollos, que han nacido hace unos días. ¡Hasta catorce pollos he llegado a ver en algunos nidos de este pequeño pájaro!




Estamos en una de las zonas que más llueve en Madrid, con un clima muy templado y húmedo. Por estos motivos se desarrollan aquí estos bosques.




A lo largo de los últimos dos mil años, estos importantes bosques se fueron modelando a través de la mano del hombre. Se fue creando una cultura con el castaño, sus productos, el fomento del árbol y su cuidado.




Una hembra de pico picapinos recorre el tronco abatido de un fresno. Busca insectos en el interior de la madera. Los pájaros carpinteros ayudan al bosque en el control de las plagas de insectos xilófagos, y a la descomposición e integración de la madera en el suelo.




En los últimos veinte años, la producción comercial de estos castañares ha cesado. Ahora son montes y árboles protegidos por la ley, dirigidos hacia su recuperación natural. Gracias a esta protección las manchas se están recuperando bastante bien. Van ocupando los espacios perdidos, y van apareciendo otras especies forestales, que desaparecieron de los castañares hace mucho tiempo.




En las décadas de los setenta y ochenta, se produjeron varios incendios forestales intencionados. En ellos acabaron para siempre muchos castaños milenarios, con troncos descomunales. En la imagen vemos los restos de uno de ellos... A pesar del daño sufrido, rebrotó de cepa, y una parte de él aún se mantiene viva. 




Por un pequeño claro pasa una jabalina con cuatro crías muy crecidas. Con sus hocicos van arando y removiendo el suelo del monte, en busca de insectos, raíces, tubérculos y las últimas castañas sanas del otoño pasado.




En las zonas más húmedas y soleadas del monte, florecen las elegantes peonías. Detrás de ellas vienen emergiendo los verdes helechos.




El macho de tarabilla común marca su territorio desde la zona alta de una zarza. Cerca se encuentra la hembra, incubando los huevos en el nido.




Ciertas zonas de las laderas, debido a su orientación y el tipo de suelo, no se vieron afectadas por los incendios. Gracias a las circunstancias, se salvaron de las llamas importantes castaños, como el de la fotografía, con un tronco que pasa de los diez metros de perímetro. 




A lo largo de la mañana, escucho el canto de las diferentes aves que habitan aquí durante todo el año, como el trepador azul, el carbonero común y garrapinos, el herrerillo común y capuchino, el jilguero, el verderón común, el pinzón común, el estornino pinto, los pájaros carpinteros... Y de los que han pasado el invierno en África, y ahora han vuelto donde nacieron, como las oropéndolas, los papamoscas grises y cerrojillos, algunas currucas, abejarucos, abubillas... 




El trepador azul es un pájaro típico de los bosques atlánticos. En estos bosques de castaños permanece todo el año, pues en ellos encuentra insectos, larvas y huevos en todas las estaciones; y castañas durante el otoño y el invierno, que le garantizan el alimento en los días difíciles del año.




Caminando por esta zona del valle, pasa delante de mi una pareja de corzos a toda carrera... Están de bodas.
Debido a los abundantes recursos forestales, los corzos y los ciervos no faltan en estas manchas.




Si observamos el paisaje, vemos un trozo de monte poblado por castaños jóvenes, de unos 20-25 años. También vemos a un enorme ejemplar, con un tronco de unos doce metros de perímetro en su base. Vemos un castaño maduro, mutilado, que ha perdido los enormes brazos que le hacían grande en el bosque. Un castaño que ha sufrido un incendio forestal intencionado, que le ha dejado en esta situación para siempre, pero que sigue viviendo, y a pesar de su aspecto. Sigue engrandeciendo el bosque y mostrando en su cuerpo lo que jamás se debe de hacer.




Un escribano soteño macho, se acerca al manantial para beber. Otro pequeño duende del bosque, que pasa desapercibido donde vive. Es más fácil oírle que verle.




La luz de la tarde, también tiene su encanto en el interior del bosque. Ahora todas las especies diurnas vuelven a transitar por él, en busca de recursos para alimentarse y alimentar a sus crías. Los pájaros vuelven a marcar sus territorios con sus cantos...




Sentado en el tocón de un castaño, de unos once metros de perímetro, observo los pequeños árboles que pueblan ahora el bosque...
En los años sesenta pasó por aquí el tren, en un viaje de ida... Cientos de castaños, con troncos de diez, dieciséis, y más metros de perímetro en la base de sus troncos, se cortaron para hacer traviesas para el ferrocarril. A finales de los setenta, esas traviesas se hacían de hormigón y de acero, a muy bajo coste.




Posado en la rama alta de un aliso, el cárabo parece que se está espabilando. La noche está cerca y pronto volverá a recorrer el bosque, a la caza de roedores y de pájaros, con los que alimentarse y alimentar a sus pollos.
Mañana volverá a amanecer... De forma diferente y con otros acontecimientos.


lunes, 18 de mayo de 2015

martes, 12 de mayo de 2015

12 DE MAYO. POR UNA DEHESA DE FRESNOS DEL VALLE MEDIO DEL RÍO LOZOYA.


A lo largo del valle del Río Lozoya, se localizan importantes fresnedas con ejemplares maduros de grandes troncos. Hoy vamos a visitar una dehesa de fresnos histórica, que se localiza en una nava, a varios kilómetros del río.




Aunque la primavera no está siendo todo lo lluviosa y templada que debiera, la vegetación de la dehesa se muestra espléndida. Toda la comunidad forestal rebrota con fuerza.




Por todas las zonas se oye el canto del cuco. Un pájaro de mediano tamaño muy forestal, que habita en los bosques donde la comunidad de pájaros insectívoros es alta.




El día anterior ha sido trágico para la pareja de zorzales charlos. Un gavilán capturó al individuo de la pareja que estaba incubando los huevos...




Ciertas zonas están muy pobladas de zarzas, espinos albares, rosales silvestres... Aquí habita una comunidad de aves insectívoras muy diversa. Ruiseñores, currucas de varias especies, petirrojos, mitos... Pájaros que necesitan una importante cobertura vegetal para vivir.




En uno de los numerosos manantiales que hay por la dehesa, observo a un zorzal común. Busca lombrices y gusanos, para alimentar a sus hambrientos pollos.




Ahora, aunque no se ve por el pasto alto, muchas zonas de la dehesa están cubiertas por una ligera lámina de agua.




Una lavandera cascadeña, con el pico cargado de insectos, se aproxima al nido para alimentar a sus pollos, ya casi emplumados.




En una zona más abierta de la dehesa, localizo junto a un roble melojo un buen ejemplar de fresno, al que históricamente, en los últimos doscientos o trescientos años, le han cortado las ramas para alimentar al ganado en verano, o calentar las casas en invierno.




En los excrementos de las vacas que se crían en la dehesa, salen ahora abundantes setas, que ayudan a su descomposición y a su integración en el suelo.




El arce menor o de montpellier siempre fue un árbol abundante en estas zonas, pero debido a la calidad de su madera, en la actualidad es muy escaso. En la fotografía vemos a un ejemplar joven de mediano tamaño.




En el cielo, oculto por las nubes, un milano real no deja de sobrevolar la zona por donde paso ahora. Seguramente tiene el nido en un grupo de fresnos que hace años que no se desmochan.




Las elegantes flores de las peonías se abren en estas fechas por muchas zonas de la dehesa. Otro bioindicador que nos cuenta como ha sido el paso de la mano del hombre por la zona...




Las vacas también han modelado el ambiente de la dehesa a lo largo del tiempo... Aquí viven con corzos y jabalíes.




Posado en la rama fina de un fresno joven, observo a un macho de picogordo. Sus elegantes colores y el tono de su enorme pico,  nos cuentan que está de bodas.




Ahora paso por una zona donde los troncos de los fresnos son enormes. Sus formas naturales están descompensadas... Se ve perfectamente que la acción de la mano del hombre ha intervenido en la forma de los árboles, la composición natural del monte y en la forma del paisaje. Para ver esta imagen, han tenido que pasar varios siglos, en los que ha habido una estrecha relación entre el monte y los habitantes de la zona.




Un mito, uno de los pájaros más pequeños de nuestros montes, va con su familia buscando insectos para alimentarse. Van registrando todo, ramas, cortezas, rocas con musgo...




En los pequeños claros crecen corros de orquídeas de la especie Anacamptis gr. morio. Esta orquídea nos cuenta con su presencia que estamos en una zona más templada, donde las precipitaciones medias anuales son entorno a los 800 mm.




Los grandes y gruesos troncos de los fresnos, tienen huecos que se han originado como consecuencia de las podas a lo largo del tiempo. En estos pequeños y grandes huecos vive una comunidad de reptiles, aves y mamíferos muy considerable, que dan vida a este ecosistema durante las veinticuatro horas del día.




Medio oculto por las verdes hojas, observo a un macho de pico picapinos. Está arrancando la corteza la rama de un fresno, para capturar los insectos que ahí viven. Al sentir el ruido de la cámara, se vuelve para ver de donde viene el sonido...




Esta dehesa ha llegado hasta nuestros días, debido a la gestión racional de sus recursos naturales. Para eso se la deslindó y protegió  hace más de cinco siglos. Esperemos que este pacto o estas leyes antiguas, se sigan respetando por mucho tiempo.


lunes, 4 de mayo de 2015

LA TAPIA DE LOS REALES MONTES DE EL PARDO.


Hubo una época en la que los bosques eran más extensos y la fauna más abundante... En la que los seres humanos no eran tan numerosos y podían andar por donde querían, sin hacer daño... Una época en la que se tubo que construir una tapia, para que los grandes herbívoros y los conejos no se comieran los cultivos, y las manadas de lobos no diezmaran los ganados...




Como consecuencia de los grandes daños que produce la caza mayor y menor a los cultivos, y los daños que ocasionan los lobos y otros carnívoros a la ganadería, la corona decide cerrar Los Reales Montes de El Pardo en 1751, con una tapia de mampostería y ladrillo de unos unos cien kilómetros. El monte de Viñuelas, El Pardo y La Casa de Campo, se cerrarán para proteger los cultivos y los ganados de los habitantes de Madrid y de los pueblos cercanos. El Monte de La Moraleja, la Dehesa de Valdelatas, La Dehesa de La Villa y El Monte de El Pilar, no se tapiaron y han corrido otras suertes.
En la fotografía vemos una panorámica del monte de Viñuelas con su tapia, lindando con el término de San Sebastián de los Reyes.




El gamo habita estos montes, que se sepa, desde hace unos setecientos años. No se tiene constancia de cuando se introdujeron. En la actualidad, como en el pasado, sigue siendo muy abundante.




Antes de la construcción de la tapia, la profesión de guarda de los Reales Montes, debía de ser muy conflictiva con los labradores, ganaderos y poblaciones cercanas, pues no se podía matar la caza, estaba prohibido. En un año son enterrados tres guardas en San Sebastián de los Reyes, al morir de un tiro de arcabuz cuando ejercían su trabajo.
Con la tapia construida y con el paso del tiempo, la situación cambia. El hambre, la necesidad, el placer de matar un trofeo o el comercio de especies en peligro de extinción, hace que sea imprescindible una guardería cualificada, para que no se produzcan daños en el monte.




Esta zona de cultivos, próxima al monte de Viñuelas, se la conoce como Las Cárcavas, debido a la erosión de las tierras de cultivo abandonadas. Hasta la construcción de la tapia, en 1753, estos terrenos que pertenecen a San Sebastián de los Reyes, no se volvieron a cultivar.
Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, a 28 de marzo de 1751, los de San Sebastián de los Reyes dicen, "que de las 6000 fanegas cultivables, sólo se cultivan 2000 fanegas de sembradura y setecientas aranzadas de viña, siendo toda la demás tierra del término, absolutamente inculta, así por su calidad, como porque, lindando con los montes de Su Majestad, se han dejado de eriales a causa de que las pocas fanegas que producían, no llegaba el caso de su recolección, porque lo destruye la caza mayor y menor".




Los Reales Montes estaban gestionados por cuarteles, por zonas. El cuartel de Viñuelas salio a subasta pública en la desamortización de 1812, pasando a manos privadas.
Las tapias tienen varios estilos, dependiendo de la zona del monte. Esta, de Viñuelas, está hecha con piedra de gneis (granito viejo) del Cerro de San Pedro.




El conejo siempre fue muy abundante en estos montes, llegando a ocasionar grandes daños. En el monte de Viñuelas, de unas 3500 hectáreas, se mataban anualmente con lazos, cepos y hurones, unos doscientos mil ejemplares para el consumo humano. En El Pardo eran tan abundantes que se cazaban con cercón, con redes de un metro de altura, que los cazadores iban moviendo hasta encerrar a los abundantes conejos.




Terminada la tapia, la transformación del ecosistema en el exterior fue drástica. Todos los terrenos desmontados y sin desmontar, se roturaron para la siembra de cereales, viñas y árboles frutales. Las dehesas de los municipios y ciertas zonas con los suelos de mala calidad y poco productivos, no llegaron a deforestarse en exceso, llegándose a recuperar con el paso del tiempo.




Las especies que depende del monte para poder vivir, vieron reducido su mundo. Un mundo que lo cubría todo, ahora empezaba a verse rodeado y sitiado por grandes espacios deforestados y cultivados.
El águila imperial ibérica fue descubierta para la la ciencia en estos montes, por Reinaldo Brehm, en 1860. En la actualidad, los montes de El Pardo, Viñuelas  y montes que los rodean, son una de las áreas más importantes para la reproducción, alimentación y dispersión de la especie en el mundo.
En la fotografía vemos a un ejemplar adulto de águila imperial ibérica, sobrevolando El Monte de El Pardo.




Viendo la evolución que ha tenido Madrid y su área metropolitana, dentro de la tapia el tiempo parece que se ha detenido. Encontramos una vegetación mediterránea relativamente poco alterada, pero que si ha tenido un uso importante en diferentes épocas de la vida de Madrid.




Alfonso X El Sabio es el primer rey de Castilla que se fija en las excelencias de estos montes, y lo importantes que son para la caza mayor. Los Trastámara, Austrias y Borbones, son realmente los que compran y unen las fincas más importantes para la caza.




Numerosas aves, reptiles y mamíferos, encuentran en la tapia un lugar donde se pueden refugiar de los peligros y el clima, donde duermen, crían y pueden encontrar presas o ser cazados por otros animales.
El herrerillo común es uno de los pájaros que más utiliza la tapia.




A lo largo de su construcción, a la altura de los principales caminos históricos y vías pecuarias, se construyeron las principales puertas y portilleras para entrar y salir del monte. Junto a ellas se localizan las casas principales de los guardas del monte.
En la fotografía vemos la casa y la portillera de Valdeleganar. Fuera, Colmenar Viejo; dentro, Madrid. ¡Qué contraste!




Más antiguas que la tapia, alrededor del monte se localizan varias vías pecuarias de distinto ancho, por las que pasaban miles de ovejas anualmente. Muchas de ellas morían por los lobos que habitaban en estos montes.
En la fotografía vemos un rebaño de ovejas autóctonas de Colmenar Viejo, pastando en el Cordel de Valdeleganar.




El zorro, a pesar de no ser abundante, siempre ha tenido muy mala fama entre los ganaderos y los habitantes de los pueblos que criaban gallinas. En la actualidad es el único carnívoro grande que habita en el monte y fuera, al que siguen considerando un dañino.




En la panorámica de la zona norte de el monte, se aprecian grandes contrastes. Dentro de la tapia, el monte es espeso y uniforme. Fuera, vemos manchas de jaras con encinas dispersas de diferentes edades. También vemos una amplia zona sin monte, en la que se sembraba cereal hasta los años 50-60 del pasado siglo.




La población de palomas torcaces siempre ha sido muy importante en el monte, sobretodo durante el otoño y el invierno, cuando llegaban los grandes bandos procedentes del norte de Europa. Ahora, debido a la enorme población de jabalíes que hay, que acaban con las bellotas y con todo, las palomas apenas se quedan por el monte.




Lindando con el término de Las Rozas, la zona se desmontó y se roturó antes de la construcción de la tapia. Hasta los años 50-60 del pasado siglo, se sembraron de cereal. El posterior abandono de la tierra, ha favorecido la recuperación del monte autóctono.




Llegamos a una de las zonas más conflictivas, y de las que más incidió para la construcción de la tapia. El término municipal de Fuencarral. En la fotografía vemos el enorme contraste que produce el monte de encinas y alcornoques, la tapia y los terrenos deforestados.




De espaldas al monte, se ven los terrenos agrícolas y la ciudad de Madrid. En la actualidad esta zona está dentro del Parque Regional de la Cuenta Alta del Manzanares. Aquí campean y se alimentan buitres negros y leonados, águilas imperiales ibéricas y otras rapaces...




Posado en una mata seca, un triguero marca su territorio con su peculiar canto.




La construcción de la tapia hizo posible que en la mayoría del término de Fuencarral se sembraran higueras y viñas, que daban vinos de excelente calidad. En la actualidad apenas quedan higueras, pues se han arrancado o se han dejado secar. Y de las viñas, que daban esos excelentes vinos, no ha quedado ni simiente.




Dentro del monte, próximas a la tapia, se localizan Las Lomas del Corcho, donde el alcornoque es más abundante. En esta zona, la tapia marca el límite de la especie, fuera de ella, los alcornoques ya no existen.




Desde cualquier punto de la tapia, si se va a ciertas horas del día, podemos ver a los grandes herbívoros comiendo en los pequeños claros del monte.
En la fotografía vemos a un ciervo con dos ciervas y un cervatillo, en la época de la berrea.




Si en un principio se construyó esta elaborada y costosa tapia para proteger los cultivos y los ganados, de los abundantes conejos, ciervos, gamos, jabalíes y lobos; con el paso del tiempo, la tapia serviría de freno para el abuso de los furtivos y el acceso incontrolado de las personas al monte.




El último pastor de Fuencarral pasa con sus ovejas cerca de la tapia. Ahora ya no hay lobos. Ni más rebaños con los que competir por los pastos.




Desde una loma se aprecia una interesante panorámica del monte y de las montañas del Guadarrama.




En los montes siempre ha habido una población muy importante de ciervos y de gamos, y hasta la época de Felipe II, de osos, pero el rey de la montería ha sido el jabalí. El único gran mamífero que ha conseguido salir del monte, y ha vuelto a habitar los espacios naturales cercanos.




Hoy, el Monte de El Pardo y Viñuelas están guardados por una sólida tapia y por un número de guardas jurados amplio y profesional, que garantiza el cuidado de estos montes y la vida de la fauna que en ellos habita.
Desde la tapia, algo deteriorada por el paso del tiempo, podemos seguir viendo ese monte mediterráneo llano, que tanto gustó a los monarcas castellanos y tanto necesita Madrid para seguir respirando, y seguir siendo esa ciudad saludable que fue siempre.